
A más de un madridista se le planteaba ayer un trance delicado: sucumbir a los encantos de la diva del guapo culé en pleno santuario atlético. Menos mal que en temporada estival decrece la militancia balompédica y que la agitación masiva (de cinturas) propicia hermanamientos universales, sin distingos de credos. Pero, por si acaso, la rubicunda artista se encargó de lanzar un mensaje conciliador la primera vez que hizo uso de la palabra. "Esta noche, Madrid, soy toda tuya", anunció, tal vez recordando que tiene al mozo concentrado en Providence, al otro lado del océano.
La barranquillera ha optado por un concepto relativamente austero para esta gira mundial de Sale el sol. No hay grandes efectos especiales. Pero a Shakira le bastan sus avasalladores encantos felinos y el poderío de diez o doce éxitos incontestables para mantener la tensión en las gradas. La segunda mitad del espectáculo, a partir de Ciega sordomuda, es un frenesí de adrenalina del que solo descansamos un poco mientras nuestra protagonista ejecutaba las danzas orientales de Ojos así. Y que no se deje de notar esa sangre libanesa.
Antes hubo algún otro momento curioso, como esa versión entre andina y camerística de Nothing else matters, el clásico de Metallica; o el preludio de flamenco-para-guiris de Gitana, en el que Shakira Isabel aprovechó para marcarse un tórrido sobeteo con su percusionista morenazo. No todo van a ser rubios de ojos azules, en efecto. Pero hasta los madridistas envidiaron ayer a ese defensa central que, como ellos ayer, también cayó rendido a los pies (descalzos) de su princesa. Al filo de la medianoche, tras las inevitables y anheladas sacudidas de Hips don't lie y Waka Waka, llegó el momento de la recogida. Sin Shakira del brazo. Lástima.
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